Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo. |
En nombre de todos los sacerdotes de la Diócesis de Madison, y en nombre de todo mi personal, quiero ofrecerles mis sinceras y continuas oraciones en Pascua, en este tiempo de Resurrección.
Cada uno de ustedes cuenta con nuestras oraciones por su salud, seguridad, y por encima de todo, por una unión más profunda con Cristo. Les ruego, también, ofrecer sus oraciones de Pascua por nosotros, porque cada uno de nosotros y nuestra Iglesia ciertamente se basa en la necesidad de la oración. Quería compartir con ustedes unos cuantos pensamientos que ofrecí en la Vigilia Pascual este año.
Celebramos el Domingo de Pascua este año el 4 de abril, el día en el que Cristo fue resucitado de entre los muertos, el día en que cambió la historia para siempre. De alguna forma había esperado ver algunos grandes letreros y avisos en el Domingo de Pascua sobre cómo había sucedido la Resurrección de Jesucristo y cómo celebramos nuestra nueva vida el 4 de abril. ¡En vez de eso, todos los avisos me hablaban del lanzamiento del iPad el 3 de abril! Eso me dice –y les debe decir– algo significativo sobre la misión que Jesucristo pone en nuestras manos en esta Pascua y todos los días.
El don de la luz y el tiempo
Escuchamos, cada Vigilia Pascual, el hermoso relato de la creación. En el primer instante de la creación Dios dice: “¡Hágase la luz!” y hubo luz. Con frecuencia olvidamos el resto de este primer acto creador de Dios. Solemos ir hacia el agua, las plantas y animales, las cosas que se arrastran, y finalmente, hasta el culmen de la creación: la persona humana. Pero, cuando Dios dijo “¡Hágase la luz!” también escuchamos “y llegó la noche, y la mañana siguiente, el primer día”. En el preciso momento en que Dios creó la luz, también creó el tiempo. Una vez que hubo luz, hubo inmediatamente luz y oscuridad, hubo mañana y noche, existió la medida del tiempo.
La luz y el tiempo juntos. Así como al comienzo necesitamos luz para ver en las aguas, y las plantas y animales y –especialmente– la persona humana en un cuerpo creado, así necesitamos la luz de Cristo para ver la Verdad de las cosas en nuestro mundo actual. Necesitamos la luz desesperadamente. La Luz de Cristo es la Verdad de Quien brilla en todo ser humano que viene al mundo. Sólo en Cristo podemos conocer la Verdad que el Creador quiso que conozcamos cuando creó el universo. Cristo es la nueva luz.
¿Cómo funciona el don de la luz? ¿Cómo pasa el tiempo? El tiempo pasa y la historia sucede por las opciones libres de los seres humanos. Lo que genera la historia es la libertad: los seres humanos actúan libremente bajo la Luz de la Verdad. El Tiempo solo tiene sentido si hay luz, es decir, Verdad. Y la luz de Cristo fortalece y enseña, a través de la libertad humana, la verdad de lo que tenemos que hacer en el tiempo.
Luz, tiempo, verdad, libertad: recuerden estas cosas. Ese es el corazón de la creación que celebramos en nuestra Pascua: la primera creación y la nueva creación que viene cuando el primero entre muchos es resucitado entre los muertos en Jesucristo. La libertad requiere la Verdad, así como el tiempo necesita a la luz para ser tiempo. Sin la luz, el tiempo no puede ser tiempo. La medida del tiempo no funciona sin la luz y la oscuridad. Sin la Verdad, la libertad tampoco tiene sentido.
En este día y tiempo, tenemos que alcanzar el amor e invitar a nuestros hermanos y hermanas a ver que la libertad que tanto atesoran (una de las pocas cosas de las que nuestra cultura parece preocuparse) sólo es auténtica bajo la luz de la Verdad, así como el tiempo sólo es real cuando hay luz. Piensen en ello.
Profanando el nombre del Señor
En nuestra Vigilia Pascual también escuchamos la hermosa exhortación del profeta Ezequiel, quien dice a los israelitas “han profanado el nombre del Señor”. La misma gente que fue salvada por el paso de las aguas ha profanado el nombre del Señor. ¿Y qué va a hacer Dios al respecto? El Señor no piensa que quienes profanan Su nombre merecen algo espectacular, porque no es así. Así que el Señor no le dice a Ezequiel: “dile a la gente que lo siento por ellos porque andan profanando mi nombre, restauraré la santidad”. En vez de eso, el Señor dice: “por el bien de mi Santo Nombre” no por el bien de quienes lo profanan, “¡probaré mi santidad, que ustedes han profanado, Oh Israel… a través de ustedes!” ¡Eso se aplica a todos nosotros! ¡Cada uno de nosotros ha profanado el Nombre del Señor y sin embargo estamos iluminados y nuestra santidad está restaurada, porque el Señor quiere probar Su santidad, a través de nosotros!
¿Qué cosa nos recuerda eso? ¿No nos recuerda a nuestra Iglesia en el momento presente? Las noticias en los diarios estos días son mayoritariamente viejas. Pero están en todos lados: noticias sobre sacerdotes católicos que han profanado el Nombre del Señor. Somos el nuevo Israel. Así como antiguo Israel profanó el Nombre del Señor, el nuevo Israel profana también el Nombre del Señor: no somos mejores.
Solo podemos decir “lo siento” muchas veces. Lo hemos dicho, lo decimos de nuevo y en verdad queremos decirlo. Pero la mayoría de gente que necesita oír nuestra disculpa no considera que sea suficiente, y nunca lo será. Y está bien: una disculpa no es suficiente. Pero no tenemos nada más que darles, solo nuestro sincero pesar y cualquier ayuda para las víctimas. Estas víctimas han sido agredidas por aquellos que en la Iglesia han profanado el Santo Nombre de Dios: no hay duda al respecto. No hay duda sobre la responsabilidad y no hay duda sobre la pena.
Cada miembro de la Iglesia siente esa pena, y los líderes de la Iglesia la sienten más profundamente: pero la pena nunca va a ser suficiente. Lo que tenemos que hacer para sanar es permitir a Dios que cumpla la promesa que le hizo a Ezequiel, que pruebe su santidad a través de nosotros. Dios nos dice: “ustedes son la comunidad de creyentes bautizados; ustedes, la única Iglesia Santa, Católica y Apostólica. ¡Probaré mi santidad a través de ustedes!” ¿Qué puede generar eso? ¡Solo la resurrección! Y eso es lo que tenemos en Pascua.
La única realidad que nos pone en el lugar en donde el Nombre del Único cuyo nombre fue profanado se hace santo – donde somos la prueba de la santidad de aquel cuyo nombre hemos profanado – tiene que ser la resurrección. Y esa es la razón por la que en nuestro Bautismo morimos con Cristo para ser resucitados con Él a la nueva vida: para que el Señor pueda probar Su Santidad a través de ti y de mí, sabiendo que hemos profanado Su Nombre.
El milagro de la resurrección
Ese es el milagro de la Resurrección. Así es de poderosa. Y es más poderosa que eso. Miren a San Pedro en el pasaje del Evangelio que leemos en la Vigilia Pascual. Pedro es el único de los Apóstoles que, cuando oye sobre Jesús resucitado, va y mira. Las mujeres fueron a decirles a los Apóstoles que Cristo había resucitado y aparecido, y los otros Apóstoles rechazaron creer diciendo que era un sinsentido. Pedro es el único de ellos que va a mirar. Pedro ve y cree.
¡Todos los demás Apóstoles no lo entendieron, pero Pedro sí! El espíritu de Pedro está VIVO en el Papa Benedicto XVI, y hay muchas fuerzas en este mundo que quieren apagarlo. Pero no se puede. El poder de la Resurrección de Cristo es más grande que cualquiera, incluyendo a Satanás que quiere vencer al testimonio de Pedro de la Resurrección. Ese poder no puede vencerse: Dios probará la santidad de Su propio nombre a través de Pedro, a través del Papa Benedicto, y a través de ti y de mí cuando permanezcamos firme, clara y fuertemente con él.
Confiemos en el tremendo poder de la Resurrección desatado en la Pascua (un poder más grande que cualquier iPad en el universo, todos juntos). Confiemos en el gran poder de la Resurrección para hacer lo que parece imposible, que el Señor, por el bien de Su Santo Nombre, probará Su santidad, a través de ti y de mí, los mismos que lo profanaron. En el tiempo de Dios y en su propia forma, la Verdad de esa victoria será inobjetable para todos. Nadie puede detener el poder de Jesucristo que trabaja en su Iglesia, a través de los sucesores del Apóstol Pedro, nadie.
Gracias por leer esto. ¡Renovadas bendiciones pascuales! ¡Cristo ha resucitado! ¡Alabado sea Jesucristo!