Esta columna está destinada por el Obispo para los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia va más allá de su intención.
Queridos amigos:
Al leer esta columna, Navidad estará sobre nosotros y el año del Señor 2010 habrá casi expirado. Al ver el mundo entero, apreciamos la violencia de la guerra y el terrorismo rampante, el hambre en muchos lugares así como la extrema pobreza, vemos a los ancianos sufriendo la eutanasia real o virtualmente, y vemos la masacre de los no nacidos, vemos también el don de la sexualidad humana, orientada naturalmente al amor generoso, malbaratada y usada continuamente para entretenimientos egoístas. Esta no es una “bonita imagen” pero es la cara del mundo que, afirmamos, pertenece a Dios esta Navidad.
Podemos de hecho identificarnos con las palabras del profeta Isaías: somos un pueblo “caminando en la oscuridad… viviendo en una tierra de sombras”. Nada de esto es dicho para borrar la alegría de la Navidad, sino para invitarlos a una aproximación realista para alcanzarla. Isaías dice luego que “quienes han caminado en la oscuridad han visto una luz mayor… y sobre quienes caminan en la tierra de las sombras una luz ha brillado”.