Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo. |
Queridos amigos:
Pese a la continua concentración en los horrendos crímenes de relativamente pocos sacerdotes dentro de la Iglesia, seguimos avanzando, un pueblo de fe, conocedor del hecho de que nuestra Iglesia está compuesta por pecadores –nuestros sacerdotes y obispos incluidos–, pero cada uno de nosotros tiene fe en que Jesucristo mismo fundó esta Iglesia, para nuestra salvación, y que Él ha enviado al Espíritu Santo para protegerla de las “puertas del infierno”.
Sin importar los pecados de sus miembros, incluso los terribles pecados de algunos de sus ministros, el Espíritu Santo sigue con la Novia de Cristo para cuidarla, para reconciliar a todos sus miembros con Cristo, y darnos la vida eterna.
Como un Cuerpo, cada miembro de la Iglesia es afectado cuando otro hace daño. Todos sentimos profundamente las heridas infligidas por unos pocos, y tenemos que hacer todo lo que podamos para sanar a quienes quedaron heridos. No sé si he experimentado este dolor empático tanto como nuestros buenos sacerdotes y obispos; y esto me trae al tema de esta columna.
Celebrando el Año Sacerdotal
Contrario a las apariencias, la Iglesia sigue celebrando el Año Sacerdotal. Dios en Su Providencia ha puesto este tiempo especial para rezar con y por los sacerdotes, para alentarlos y hacerles saber que los amamos y los apoyamos como fieles colaborando en el cumplimiento de su misión
Damos gracias a Dios por ellos y le agradecemos también porque sigue usándolos para difundir la Buena Noticia, perdonar nuestros pecados, alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, bautizar y ser testigos de nuestros matrimonios, también están con nosotros cuando sufrimos la enfermedad y nos preparamos para la muerte.
En unos meses (el 20 de junio) concluiremos el Año Sacerdotal y lo celebraremos de manera especial como diócesis, les daremos más información al respecto pronto.
En esta columna me gustaría repetir las mismas pocas palabras que dije a muchos de mis hermanos sacerdotes que estuvieron en la Misa Crismal en Semana Santa. Estas palabras están dirigidas a mis hermanos sacerdotes, pero creo que contribuirán a que conozcan mejor a sus sacerdotes, y así, sepan mejor como ayudarlos.
“Totalmente conocidos y totalmente amados por el Espíritu Santo”
Escuchamos en el Evangelio (Lc 4,18) “el espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido”. Así como ungió a Jesucristo, el espíritu del Señor los ungió a ustedes mis hermanos sacerdotes. El día que ustedes y yo fuimos ordenados, el obispo impuso sus manos en nosotros primero, en silencio, y luego todos los hermanos sacerdotes lo hicieron, también en silencio. (El Sacramento del Orden también requiere, por supuesto, la oración del obispo después, pero primero el obispo y los sacerdotes colocan sus manos en silencio).
Esto es muy importante porque en ese silencio, el Espíritu Santo, que los conocía desde el vientre de sus madres y que los conoce mejor que ningún otro ser humano, tiene que decirles, de una forma solamente posible para el Espíritu, como aquel que los conoce hasta el fondo del corazón, que Él de hecho los ama. En efecto, los elige, y ustedes pertenecen a Él. Es el silencio más pleno, más fructífero que existe en este mundo humano nuestro, en el que el Espíritu Santo tuvo (y tiene) un mensaje para ustedes y que sólo Él puede comunicar y que sólo ustedes pueden oír porque Él los conoce sólo como Dios puede. Son plenamente conocidos y plenamente amados por el Espíritu Santo, que les dice ese mensaje de silencio.
Y eso pasó en su ordenación y eso pasa todos los días, porque todos los días el Espíritu Santo alienta el don que recibieron cuando las manos del obispo se impusieron sobre ustedes. Cada bendito día, el Espíritu Santo, en oración, tiene la oportunidad de repetir ese mensaje totalmente personal que dice que ustedes pertenecen completamente a Dios Padre, un mensaje dicho de tal forma que sólo el Espíritu Santo puede comunicarlo, y que sólo ustedes pueden comprender.
Eso sucedió en el día de su ordenación y debe suceder al comienzo de cada bendita oración diaria. Y esa es la razón por la que, para nosotros, cada día puede ser un día bendito, sin importar lo que suceda. Nuestro Santo Padre tiene una etapa complicada estos días, desde un punto de vista. Pero desde otro punto de vista, sería el primero en decirles que cada día para él es un día bendito. Y así debe ser para ustedes y para mí, por la misma razón: porque el Espíritu Santo ha hecho exactamente lo mismo al ungirlos para ser sacerdotes de Jesucristo.
Trabajando con Cristo, no meramente para Él
Una de las cosas que están mal en nuestro mundo contemporáneo –y lo escuchan al Papa Benedicto XVI diciéndolo todo este tiempo– es que el hacer se valora más que el ser. Todos los días, cuando ustedes y yo nos levantamos, si tenemos la idea de que hoy tengo que hacer cosas por Cristo, pues bien, pese a que es Cristo, en nuestra debilidad humana, también podríamos cansarnos de eso.
Cuánta gente en nuestras parroquias, que nos ayudan en las actividades nos dicen: “Padre, me encanta ayudar, pero me estoy cansando de esto. Me gustaría que alguien más hiciera su parte”. Nos podemos cansar incluso de hacer las mejores cosas. Nos podemos cansar de hacer cosas por la Iglesia, podemos cansarnos de hacer cosas por Cristo, en nuestra debilidad humana.
Todo el punto de la imposición de manos y el don del Espíritu Santo consiste en que no hacemos cosas para Cristo, sino que ¡hacemos cosas con Cristo! Estamos en Su persona, actuamos tan completamente con Él que no hay palabras para describirlo. Y así, en vez de cansarnos al comienzo del día cuando pensamos en todas las cosas que tenemos que hacer por Cristo, debemos permitirnos ser llevados a la vida con el pensamiento de pasar el día con Cristo, haciéndolo lo mejor que podamos: actuando como esos siervos que pertenecen completamente a Él. Cristo ha jurado y nunca cambiará: “eres sacerdote para siempre, según el sumo sacerdote Melquisedec”. No hay mayor alegría en el mundo que hacer cosas con Cristo todos los días, en Su persona, como sacerdote.
“Los sacerdotes son realmente indispensables”
No olvidemos que ustedes, como sacerdotes, son indispensables. A veces suceden cosas en la Iglesia y la gente se confunde: “¿realmente necesitamos a los sacerdotes o no?” No pocas personas me dicen, cuando comentan sobre los servicios de la Palabra y la Comunión: “nos encanta el Padre y esperamos que nunca lo cambie, pero nos gusta también la Misa de la hermana”. Obviamente la hermana tiene buena voluntad, y todas esas personas también, y a veces los sacerdotes necesitamos ayuda para hacerlo. Pero a veces la gente tiene la idea errada de que el sacerdote es prescindible.
¡Ustedes, mis sacerdotes, son absolutamente indispensables! En nuestra Misa Crismal bendecimos y consagramos todo tipo de hermosos óleos, abundantemente. Tenemos mucho pan y vino, pero todos esos signos adquieren vida, se hacen signos visibles de la gracia, solo por el sacerdocio. Sin él, no hay Eucaristía. Sin el sacerdocio y la Eucaristía, no hay Iglesia. Los sacerdotes, entonces, son verdaderamente indispensables.
Y así nunca nos debemos cansar de hacer cosas con Cristo, por Su pueblo. Hacer las cosas por Cristo, incluso cuando se vuelvan demandantes. Hacer las cosas para el Obispo sería totalmente agotador. La idea es hacer las cosas por la gente, a quienes aman, en muy cercana compañía de Cristo. Si así sirven, verdaderamente son indispensables y nunca estarán en riesgo de ser tratados como prescindibles: del mismo modo en que Cristo no sería tratado así.
Todos somos débiles
El último punto es simplemente éste: somos débiles. Dice la Carta a los Hebreos que Jesucristo, el Sacerdote pleno, compartió completamente nuestra debilidad. Fue débil y tentado en las mismas formas que nosotros, pero nunca pecó. Sólo a través de nuestra debilidad Jesucristo puede mostrar Su fuerza. Y así, esperamos que todos seamos débiles, pero esperamos también que Jesucristo nos muestre su fuerza a través de nuestra debilidad.
Queridos hermanos y hermanas, no podemos esperar que los sacerdotes no sean débiles: Jesucristo fue débil en Su naturaleza humana, pero Él era Dios y nunca pecó. Debemos siempre rezar por nuestros sacerdotes, para que el Señor use nuestra debilidad, cuando aparezca, para mostrar Su fuerza. Cuando somos débiles, como dice San Pablo, entonces somos fuertes.
Aliento a todos los fieles a caminar apoyando amorosamente a nuestros sacerdotes, todos los minutos del día. De muchas formas, nuestro sacerdocio se asienta en el apoyo amoroso y en las oraciones de los fieles. Los sacerdotes lo saben, y la gente debe saberlo también.
Que el Año Sacerdotal no pase sólo como “otra cosa por observar”. Incluso las grandes fiestas en la Iglesia pueden pasar muy rápidamente: en Navidad escuchan villancicos en todo el mundo, pero al día siguiente las tiendas se preparan para el día de San Valentín. El Año Sacerdotal no puede ser así. Recordemos siempre que nuestros sacerdotes son indispensables y que la fuerza de Cristo se muestra a través de su debilidad: gracias a las oraciones y al apoyo de la gente.
Queridos hermanos sacerdotes, por favor, cada día, permanezcan con Cristo en lo que sea que hagan. Y queridos hijos, en lo que hagan en el día, estén con Cristo permaneciendo con su sacerdote.
Gracias por darse el tiempo para leer esto. Gracias por su apoyo y amor a sus sacerdotes. ¡Muchas bendiciones para ustedes y sus seres queridos!
¡Alabado sea Jesucristo!