Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo. |
Nota del editor: la siguiente columna es una adaptación de la homilía de Obispo Robert C. Morlino en la Misa que celebró en la iglesia St. Patrick en Madison en el primer Domingo de Adviento.
Queridos amigos:
Quiero comenzar saludando de manera especial a nuestros buenos amigos que están en la formación RCIA (rito de iniciación cristiana de adultos) y pronto serán recibidos en la plena comunión de la Iglesia: algunos a través del Bautismo y la Confirmación y otros a través de la Confirmación en la gran Vigilia Pascual. Su camino está claramente en marcha y espero que tengan la conciencia de lo cerca que están. ¡Ya casi lo han logrado! Los recibimos en nuestra familia de todo corazón y queremos caminar con ustedes en lo que falta del camino hasta la Pascua, así como muchos han caminado fielmente con ustedes en los días pasados.
El Papa Benedicto XVI estuvo muy visible al comienzo del tiempo de Adviento. Celebró las vísperas solemnes la noche del sábado para comenzar este tiempo litúrgico y, por supuesto, dirigió sus habituales palabras en el ángelus dominical. En este espacio, quiero darles a conocer algunas de mis reflexiones sobre tres puntos tocados por el Santo Padre.
Con este primer Domingo de Adviento, comenzamos un nuevo “Año eclesial”. Es mucho más fácil comenzar un año eclesial que un año calendario. Al observar a la asamblea reunida este domingo, ¡recordé que generalmente todos estamos en mejor forma el primer Domingo de Adviento en comparación al Año Nuevo! Entonces nos alegramos por este comienzo fresco, con la mente clara.
Dios nos visita en Cristo
Es claro que el Adviento tiene todo que ver con la presencia –la presencia de Dios-con-nosotros– de Cristo. Nuestro Santo Padre nos recuerda que esta “presencia” toma la forma de Dios que nos visita. Los animo a considerar esto: cuando rezamos en Adviento recordamos la venida de Cristo en la historia, recordamos el pasado. Pero también recordamos el presente, recordamos la realidad de Cristo presente en la Eucaristía y en nuestras vidas: en la comunidad, en la oración privada y especialmente en la adoración eucarística, aparte de la Misa. Sin embargo, de manera misteriosa, en el Adviento también “recordamos” el futuro, recordamos que Cristo vendrá nuevamente revestido de gloria.
Pensemos en eso un minuto: uno no dice “recuerdo que tengo que ir a la tienda de comida mañana” o “recuerdo que esta tarde traeré más leña”. Normalmente hablamos sobre planes o esperanzas para el futuro, pero eso difiere de lo que el futuro en realidad será. Recordamos el pasado, vivimos el presente, y esperamos el futuro, que está oculto a nuestros ojos. ¡Pero en Adviento, y con nuestra vida cristiana, recordamos que Jesús vendrá nuevamente en su gloria! Con razón lo decimos en la plegaria eucarística, recordamos que Él sufrió y murió, que resucitó, ascendió y vendrá nuevamente en la plenitud de Su gloria.
Recordar eso, en sí mismo, es oración mística. Es la única forma de oración que es “fácil” y también mística, porque a través de la Iglesia y el Espíritu Santo somos capaces de recordar el futuro en nuestro tiempo. Cuando recordamos el futuro, estamos fuera del tiempo y nos colocamos en el tiempo de Dios y en su mundo. Y esa simple experiencia de recordar el futuro nos coloca en el mundo de Dios y nos une místicamente con Él. Recordar el pasado, el presente y especialmente el futuro, y entrar en el mundo de Dios, es la principal forma en la que Él nos visita cada día bendito, especialmente en la Misa.
Toda nuestra vida, todos y cada uno de los días, es una visita de Dios, en Cristo. Piensen en ello. ¿Con esa idea pensamos y rezamos cuando nos levantamos en la mañana? En nuestra humanidad, con frecuencia nos levantamos en la mañana –yo mismo lo hago– y miramos el horario y decimos: “Señor, este con certeza va a ser un mal día”. Y, ciertamente, puede no ser un día “divertido”, pero no hay manera de que sea un “mal” día para ustedes y para mí como cristianos, porque incluso en medio de esas cosas difíciles que estamos llamados a vivir en un día determinado, en donde no todo es divertido, hay incrustada una visita de Dios. Eso es lo que es nuestra vida todos los días.
Al recordar que Jesús vino en la historia, que viene en el misterio de cada día y que vendrá con su majestad al final, somos empujados dentro de la Palabra de Dios y somos místicos en nuestra oración si realmente dejamos que ese recuerdo nos arrobe. La “visitación”, la visita de Dios en Cristo, fue el primer punto del Papa Benedicto y también el mío.
Debemos disfrutar la espera del Adviento
El segundo punto es la “espera”. A los estadounidenses no les gusta esperar. ¡El récord mundial en groserías se bate constantemente cuando los estadounidenses están en medio del tráfico! A los estadounidenses no les gusta tener que esperar en el tráfico, haciendo filas, ni esperando alguna cita. A los estadounidenses no les gusta esperar.
Pero cuando uno lo piensa, la espera solo es problemática si lo va a hacer a uno llegar tarde a algún lugar en donde uno tenía que estar. Sé de algunas situaciones en las que un esposo está atrapado en el tráfico camino a casa y sabe, por el teléfono, que su esposa tuvo un día realmente malo con los hijos. Él sabe que no hay nada que pueda hacer respecto a la situación del tráfico, y así podría ver el tráfico como algo malo, ¡en la medida que pospone lo que va a pasar cuando llegue a casa! Si uno no está esperando algo importante o algo que uno desea, entonces con frecuencia la espera no es tan mala. La espera a la que estamos llamados en Adviento no solo no es mala, sino que es buena.
Estamos esperando la venida de Jesús, especialmente la venida de Jesús cuando nos llama de este mundo de regreso a Él. Nadie nunca llegó tarde a su muerte: todos morimos perfectamente a tiempo. Cuando “llegue la hora”, uno estará ahí, justo a tiempo. Y cuando Jesús venga en la plenitud de su gloria, no podemos llegar tarde, no puede suceder.
Por eso una de las bellas oraciones del Adviento dice que cuando el Señor venga nos quiere encontrar en oración, nuestros corazones llenos con maravillas y alabanza. Esa es la descripción perfecta de cómo esperamos: en oración, nuestros corazones llenos de maravillas y alabanza, recordando el pasado, el presente y el futuro; dándonos cuenta de que nuestro tiempo de espera, nuestra vida, es una visita de Dios, con nosotros. Y eso es más importante que todo lo demás. Lo opuesto a la espera creativa es la espera con un “corazón adormilado” como hemos escuchado en el Evangelio del domingo.
La gente que dice que espera al Señor puede convertirse en gente sumamente ocupada e incluso olvidar después de un tiempo que están esperando. ¿Con qué se ocupan tanto? El Evangelio dice que se llenan de juerga y borrachera. Me recuerda cuando vivía en los dormitorios con los estudiantes: algunos sabían cómo mantenerse ocupados con juergas y borracheras. E incluso escucho que algunos lo hacen bastante mejor que cuando yo vivía allí.
La juerga y la borrachera son dos cosas con las que uno puede mantenerse ocupado pero el Evangelio también menciona “las ansiedades de la vida”, todos esos problemas que la gente tiene en el trabajo o los problemas que las mamás pueden tener en casa, lo que explica que estén llamando a sus esposos ocho veces al día. Uno está ocupado cuando espera.
Y ese corazón adormilado –que a veces nos engaña porque no se siente así, sino muy ocupado– nos hace olvidar que estamos esperando cosas que son las más importantes de nuestras vidas. Son cosas, además, por las que no debemos dejar de tener esperanza y por las que tenemos, al más profundo nivel, disfrutar la espera. Incluso si hay ansiedades de la vida, debemos darnos cuenta de que esas ansiedades son el lugar de Dios, en Cristo, visitándonos, y no son ocasión para escapar con la juerga y la borrachera. Esa no es la forma de lidiar con ellas, sino con la búsqueda de la presencia de Dios escondida en esas ansiedades.
Y esas ansiedades son parte y parcela de la vida marital: para eso se casan los casados. Uno puede no estar de acuerdo con sacrificarse completamente por el otro y tener un montón de hijos y no tener ansiedad. Pero Cristo está allí en medio de todo. Y a veces, cuando envejecen, los padres también se convierten en una fuente de ansiedad para los hijos. Con frecuencia la ansiedad se encuentra en medio de los matrimonios, pero así también en lo más profundo de las alegrías humanas de la vida. En todo esto se ve el tiempo de la visita de Dios. Y mientras esperamos, la manera de lidiar con estas ansiedades de la vida no es la juerga y la borrachera, sino recordar el pasado, el presente y el futuro.
Adviento es un tiempo de esperanza
Por último el Santo Padre explicó que el Adviento es un tiempo de esperanza. A nuestro Santo Padre le encanta hablar de la esperanza y resaltó esta mañana que Jesucristo es nuestra esperanza. Él es el centro de nuestra vida de fe. Jesús es nuestra esperanza, como seguidores de Cristo, y también hay que tener en cuenta que Él es el sustento de la esperanza de todo ser humano. Él es el centro de nuestra fe como discípulos de Cristo pero también es el sustento de la esperanza para todos y cada uno de los seres humanos, porque todo ser humano, solo por ser humano y no por ninguna otra razón, quiere estar esperanzado y no decepcionado. Y hay una sola esperanza, una sola visión, la de Aquel que nunca decepciona. Esa es la esperanza sobre Quien es Jesucristo y la visión de Su gloria. Todo lo demás puede decepcionar.
Entonces el Adviento es un tiempo en el que el Señor nos da la gracia para renovarnos en la esperanza y para salir y preguntarles a quienes no son discípulos de Cristo: “¿Tienes esperanza en tu vida? ¿Quieres estar esperanzado? ¿Estás poniendo tus esperanzas en la juerga y la borrachera? ¿Vives la vida para el fin de semana, cuando puedes escapar de la realidad de tu vida de una u otra forma? ¿Eso esperas: escapar? ¿O tu esperanza te libera de la necesidad de escapar? ¿Tu esperanza es suficiente para saber que nunca te decepcionará?”
Es como estar en un partido complicado de fútbol americano sabiendo por adelantando que vas a ganar. En ese caso, cuando recibes los golpes duros, te dices que al final no importa tanto porque la victoria está asegurada. De eso se trata el nacimiento de Cristo y Su resurrección: ¡que tengo asegurada la victoria! Y así cumplo mi misión, juego sabiendo que la victoria está asegurada y eso cambia el mundo de desesperanzado a lleno de esperanza.
El Adviento y cada uno de los días de nuestras vidas pueden ser grandes días. ¡Así que concentrémonos en Cristo que nos visita todos los días y que nos rescata de tener un corazón adormilado, distraído por todo lo que no es importante; concentrémonos en Cristo a quien esperamos, Cristo que está por encima de todo, la Esperanza que no decepciona!
Gracias por leer esto. ¡Que Dios los bendiga a cada uno de ustedes al comenzar este tiempo de Adviento! ¡Alabado sea Jesucristo!