Esta columna está dirigida a los fieles de la Diócesis de Madison. Cualquier circulación más amplia transgrede la intención del Obispo.
Queridos amigos,
El 2009 es un año muy especial para mí ya que, el 1º de junio celebré 35 años como sacerdote y, esta misma semana, el 21 de septiembre, celebré 10 años como obispo. Fui ordenado Obispo de Helena, Montana, en la Catedral de St. Helena el 21 de septiembre de 1999, en la Fiesta de San Mateo.
Como jesuitas, somos formados rigurosamente para tener la mentalidad de que nunca, de ninguna manera, busquemos llegar a ser obispos y, de hecho, llegaría el tiempo en el que tomamos un voto sencillo para negarnos a ese tipo de nombramientos, siempre que eso es posible. Y así, los jesuitas generalmente no pensamos en convertirnos en obispos.
Entonces, resulta irónico que la famosísima pintura de la vocación de San Mateo, de Caravaggio, lo muestre sorprendido cuando Jesús lo llama para ser un Apóstol y éste le expresa su deseo de que ese llamado sea ofrecido a alguien más. Además, no es inusual y sucede de vez en cuando, que esa experiencia se haga vida en el corazón de todo obispo. Pero, tengo que decir, que aunque he tenido muchos días difíciles, incluida la enfermedad y el estrés, honestamente nunca he tenido un día sin alegría. La gracia de ser sacerdote y obispo son como un potentísimo fuego dentro de mí que me hace ir más allá, en los buenos tiempos y en los tiempos de dificultad. Así sucede también con cualquier sacerdote u obispo.
Un décimo aniversario no suele ser “la gran cosa ” ni tampoco deseo que sea así. Pero sí tengo que tomarme algo de tiempo para darme cuenta nuevamente, con la gratitud más profunda, de los dones que el Señor me ha dado a través de la vocación al sacerdocio y al episcopado.
Nunca me he sentido aburrido. Por las mañanas, amo la idea de pasar un momento con el Señor y con aquellos a quien el Señor pone en mi camino en ese día en particular. El Señor sabe la gratitud que reposa en lo profundo de mi corazón.
También les estoy profundamente agradecido a todos ustedes de la Diócesis de Madison y, de manera particular, a los sacerdotes. En la situación actual de la Iglesia, no es siempre fácil ir hacia adelante, pero sí que lo hacemos, lentamente, lo que resulta apropiado, a través de la generosidad de nuestros buenos sacerdotes y de tantísimos de nuestros laicos.
En esta ocasión también le estoy profundamente agradecido a los sacerdotes y a la gente de la Diócesis de Helena, que fueron mi familia por unos cuatro años. Sigo amando a los fieles de Helena del modo en que los amo a ustedes, y la gracia de Dios me asegura que eso siempre será así.
Amo, del mismo modo, a los muchos estudiantes a quienes tengo la dicha de enseñar casi por 11 años del modo jesuita; y estoy especialmente agradecido por la formación que recibí de buenos jesuitas, especialmente en el noviciado y en los años de Filosofía. La vida espiritual y la conciencia filosófica que el Señor me dio a través de la intercesión de San Ignacio se han hecho tan profundamente parte de lo que soy, que ningún pensamiento o escrito mío está completo sino en ese contexto. Y así, la gratitud va en ese orden y, de manera sencilla, he tratado de expresarla aquí.
Agradezco especialmente al Señor por el sufrimiento que he encontrado y que siempre me llevado más cerca de Él.
Me siento unido a todos los que celebran aniversario de matrimonio en estos días o cumpleaños o aniversarios de profesión en la vida religiosa o aniversario de sacerdocio o episcopado. De manera global, la abundancia que hemos recibido en bendiciones es, de hecho, imposible de imaginar.
Al comenzar mi 11º año como obispo y mi 36º año como sacerdote, mis oraciones y la celebración de la Eucaristía incluirán a cada uno de ustedes cada día. Para seguir adelante como la Iglesia de Cristo, realmente nos necesitamos unos a otros. Como dice el salmo, “el Señor ha puesto todo en su lugar y nadie puede hacerlo de otra forma”.
Entonces, alegrémonos en la necesidad que tenemos uno del otro y en la bendición que constituye cada uno de ustedes. Permitan que la alegría del Señor sea siempre nuestra fortaleza, suya y mía al mismo tiempo. Gracias por leer esto. Que Dios los bendiga. Por favor recen por mí en estos días venideros. ¡Alabado sea Jesucristo!